Galleo del bú, la majestad de Joselito el Gallo


El autor del añorado libro sobre Gallito ("Joselito el Gallo: el rey de los toreros", Espasa), necesitado de urgente reedición, Paco Aguado, tal vez sea uno de los mayores admiradores y conocedores, junto a José Morente, de La Razón Incorpórea, en lo que a la figura del pequeño de los hijos, de Fernando Gómez 'El Gallo', respecta. Este lance capotero, casualmente, inspiración nominal para esta bitácora, no prueba sino la majestad de la leyenda.

Gallear, por cuestiones etimológicas, responde a "gallo". No animal, sino estirpe. Aquella parida y continuada por "Señá Grabiela" (sic), famosa bailaora gaditana, y Fernando, torero mediano en su época, el siglo XIX. En la Huerta de Gelves, donde nació José y, posteriormente, en Alameda de Hércules, la esencia taurina familiar produjo en Gallito, amén de sus magníficas aptitudes innatas para lidiar reses, el conocimiento de la tauromaquia antigua. Matadores con quienes su hermano, Rafael, el Divino Calvo, o su padre, habían compartido cartel o, simplemente, visto, desde el tendido, un día de festejo.

Transcribiendo palabras de Aguado: "con el capote, Joselito el Gallo fue un torero variadísimo [...] Había una fantasía capotera, en su repertorio, tremenda: largas, remates, verónicas, toreo capote al brazo, toreo a una mano, revolera, recortes, galleos... Por ejemplo, resucitan el que llaman el galleo del bú. El bú, en Andalucía, en esa época, se llamaba a los fantasmas. Entonces, se cubría con el capote entero, como si fuera la capa de un fantasma y galleaba al toro, por la espalda, con los vuelos del capote".


Gallito, acariciando la punta del pitón derecho | Descabellos

Esta diversidad, en los primeros tercios, no emana de la casualidad, sino gracias a una concepción taurómaca de época, distinta a la actual. A principios del XX, cuando José desarrolló su carrera como matador de toros, además de un toro distinto al actual, sin apenas selección ganadera considerable (gracias a él y su imperio en el toreo, este aspecto comenzó a obtener consideración desde las fincas) y la desprotección del caballo (el peto no se implantó reglamentariamente hasta 1927, en la Dictadura de Miguel Primo de Rivera), la lidia pivotaba sobre el tercio de varas. Para un ganadero, era más importante apuntar cuántos caballos había despanzurrado, desequilibrado o, simplemente, el número de ocasiones acudidas al encuentro con el picador. Incluso las propias empresas, explotadoras de los cosos, contrataban infinidad de corceles, en previsión de la sangría.

Por tanto, frente a la necesidad de afrenta con el varilarguero, ¿cómo podía lucirse el matador? Quitando de camino hacia la puesta en suerte. De ahí, la riqueza de Joselito con la capa, única y sin igual en la historia del toreo y correctamente ensalzada por la crítica. La faena, a diferencia de hogaño, apenas duraba doce, quince pases y a matar. El pópulo pagaba por lo del corcel.

Prosigue Aguado, en referencia a este galleo: "esto era un quite que hizo, en su día, Paco Frascuelo, hermano de Salvador Sánchez, 'Frascuelo', que estaba especializado en estos galleos y Joselito el Gallo se enteró de que lo hacía este hombre cincuenta, sesenta años antes y lo recuperó para incorporarlo a su repertorio. Una absoluta enciclopedia".

¿Acaso no demuestra este dato la dimensión torera del gelveño? Qué majestad debe contenerse adentro para bucear en medio siglo atrás, practicarlo delante de miles de personas y ejecutarlo con esa perfección y autoridad, tan personal. Seguramente, la dedicación profesional, por parte genalógica, facilitara el camino, pero, teniendo en cuenta época, donde la existencia de hemeroteca se antojaba inconcebible y, mucho menos, un servidor de vídeos como Youtube, donde consultar faenas históricas, valoremos la magnitud del matador, como siempre he argüido, vilipendiado, injustamente, por la crítica y el aficionado, en favor de Juan Belmonte.

A modo de broche, he querido incluir, en el documento audiovisual, al genio de La Puebla del Río, quien cumpliera, en el día de ayer, treinta y ocho años, José Antonio Morante de la Puebla. Pareciera la marisma, el otro lado, la otra orilla del río, alimentar la genialidad, la torería y un duende especial. Triana, Gelves, La Puebla del Río... Belmonte, Joselito y Morante. Vestido de corto, tentando, efectúa la remembranza de Gallito, evidenciando, aun más, la orfandad de la fiesta en términos de torería, la automatización del matador y la renuncia a la búsqueda de personalidad propia, con abandono hacia el populismo y lo estereotipado. Quién sabe (el tiempo dirá) si tendremos suerte y, una tarde loca, en La Maestranza, allá por abril, desate la locura con un galleo del bú, como ya sucediera en aquel molinete con el palillo roto.

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