El mechón blanco de José Tomás

Paseíllo | Tadeo Alcina
El diestro de Galapagar fascina y aún no ha tocado un trasto. Su simple presencia en el patio cuadrillas destella misterio, aislamiento, estoicismo y seriedad. Tan brilloso traje de luces parece contrastar con su expresión. Quién transitara por aquellos valles neuronales, un par de días, no más, como si tratase de una excursión a la montaña, para descifrar pensamientos y sentimientos de una figura de época, incapaz de crear indiferencia, para bien o mal.

La México, magnánima, luce preciosa y hasta la bandera. Su Virgen de Guadalupe, decorada en el albero, y unas gradas caldeadas, esperando a su hijo pródigo. José Tomás debe mucho a su país de adopción y no pasa inadvertido en su conciencia: forjó carrera novilleril a lo largo de esta geografía e insufló, más si cabe, su nacionalidad mexicana en Aguascalientes, a 500 kilómetros de aquí.

El hilo del toreo, esbozado por José Alameda, crítico hispano-mexicano, no falla. Si por Manolete, ídolo y modelo a seguir por Tomás, hubo de ampliarse este coso; el galapagueño bien podría justificar otro aumento dimensional, a buena cuenta de su éxito en taquilla. Si Manolete, acompañado por Lupe Sino, fue idolatrado por México, mientras los prejuicios sociales de época no tardaron en vilipendiarlos por la madre patria; podríamos afirmar igual con respecto a José Tomás.

Desde España, harto del trapío en las últimas corridas celebradas y, también, debido al cambio horario, caía al primer o segundo toro. Ayer, todo un país, con bandera tricolor; y medio del otro, rojigualda, evocaron una remembranza melancólico-romántica digna de desarrollismo franquista, amén del afán antitelevisivo de José Tomás: sintonizamos la radio local mexicana y, pegando la oreja a ella, esperamos sucesos del hombre de moda en la jornada. Como cuando sólo existían dos cadenas, en blanco y negro, con corridas de Camino, El Viti o Diego Puerta, y medio patio de vecinos transitaba hacia tu salón, porque el cuñado trabajaba en una tienda de televisores y, gracias a su intermediación, habías podido financiarla a plazos.

José Tomás y Morante de la Puebla | Tadeo Alcina
En homenaje a un magnífico espada de la Edad de Oro, José Tomás evocó a Rodolfo Gaona, componiendo un esplendoroso quite, ceñido, templado y, por la magnitud del personaje, histórico. Exégetas y detractores, a partes iguales, ya realizan su labor con sumo ahínco. Yo sólo siento frustración, por quien pudo haber mandado en la fiesta y llevarla a cotas inimaginables. Sin embargo, cayó en la abulia y la desaparición en ferias importantes, cuando la tauromaquia necesita figuras cosmopolitas como Román Martín, trascendentes más allá del propio mundillo, capaces de abrir informativos con puertas grandes (y no con desgracias, como viene siendo habitual), agotar papel del coso más resistente y hasta crear afición en el típico guiri, desertor de su localidad al tercer toro, harto de observar la misma película.

Hallo alegría cuando el nuevo mechón blanco del toreo realiza el paseíllo. Pareciera, esta característica física, un bien hereditario, transmitido de unos elegidos a otros. Como Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. Como Antonio Chenel Albadalejo. Le toca portar estandarte, maestro. Ojalá lo obstruya más con la montera. Y si busca buena compañía en el burladero, póngase de acuerdo con nuestro Che Guevara cigarrero, híbrido decimonónico-cubista, José Antonio Morante de la Puebla. Pediré tal deseo a los Reyes. A ver si cuela.

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